El final de etapa estuvo marcado por una caída y por un incidente en la llegada: un autobús se quedó atascado en el arco de meta. Se decidió unificar los tiempos.

Marcel Kittel ganó al sprint y se enfundó el primer maillot amarillo de la centenaria edición del Tour. Pero cuando el alemán levantaba los brazos, muchos protagonistas andaban desperdigados por detrás, caídos o cortados, producto de una montonera que se produjo en pleno caos final. Entre los accidentados: Contador, Van Garderen, Sagan, Rui Costa, Tony Martin... La organización decidió no picar tiempo a nadie, pero otra cosa serán las secuelas físicas.

La etapa se había desarrollado con cierto sosiego, pero el caos invadió Córcega cuando un autobús del equipo Orica se quedó encajado en el arco de meta. La organización comunicó que la llegada se adelantaba a la pancarta de 3 km. Y en esos reajustes andaba el pelotón cuando varios corredores saltaron por los aires. Montonera cruel. El grupo se quebró en mil pedazos. Mientras, el autocar del Orica lograba despejar por fin la recta final y se retomaba la meta original, pero ya con muchos velocistas rezagados... Y con todos los ciclistas rescatados en el mismo tiempo.

Antes de ese caos, ya habían tenido un susto Froome, que se cayó sin consecuencias en la neutralizada, y Contador, que estuvo a punto de emularle en el avituallamiento. Por lo demás, la etapa había circulado sin sobresaltos, aunque plagada de paradojas. Por ejemplo: Juanjo Lobato, velocista gaditano del Euskaltel, se enfundó el primer maillot de la Montaña tras imponerse en la cota de Sotta (4º) a sus compañeros de fuga. Son las cosas del Tour.

Para empezar, una salida que se intuía un avispero, fue un rico panal de miel. Quizá porque la caída de Froo­me recordó al resto cómo se las gasta el Tour en estas primeras etapas, o quizá porque el pelotón lo tenía planeado. La fuga cuajó al primer intento, desde el kilómetro cero, con dos españoles (Flecha y Lobato), dos franceses (Lemoine y Cousin) y un holandés (Boom).

El triunfo de una escapada en una etapa inaugural, con 213 km por delante y con las fuerzas de todos intactas, es algo más que una utopía. Pero estas gestas iniciales vienen con premios extra. Esa cota de Sotta en el km 45, una subida que pasaría inadvertida cualquier otro día, otorgaba el primer maillot de la Montaña. Y ahí, hacia arriba, Lobato impuso su punta de velocidad.

Desde ese momento, la fuga se disfrazó de Club de la Comedia, con el jueguecito de ‘me pillas o no me pillas’. La paradoja extrema se produjo cuando Flecha consideró que la fuga no tenía futuro y mandó parar. Pero cuanto más frenaban ellos (llegaron a estar a 15”), más frenaba el pelotón. De chiste. Delante, Cousin discrepó de Flecha y se lanzó en solitario, lo que acabó fusionando otra vez a los cinco, que abrieron un hueco de más de cuatro minutos.

Boom ganó a Flecha el sprint especial de San Giuliano, a 63 km de meta, y en este punto comenzó a morir la aventura. Primero se dejó atrapar Lobato, para subir fresco al podio del Tour en su debut. Y a 35 km, los cuatro restantes. Fue entonces cuando Lobato y compañía dejaron paso a los lobos del sprint. Ahí se acabó el sosiego. Orejas tiesas. Primeras caídas: Hoogerland, Hesjedal... Y al final, caos total. C’est le Tour.

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