Peter Sagan, el joven prodigio del ciclismo mundial (22 años), sumó su segunda etapa en el Tour, el primero que disputa. Valverde se colocó para ganar, pero trazó mal la última rotonda. Rojas abandonó la carrera por una rotura de clavícula. Cobo, ganador de la Vuelta, perdió 10:37.

Cada cierto tiempo (bastante, suele ser), el deporte alumbra competidores portentosos, combinaciones perfectas, cuerpos exactos. Adaptado cada uno a su especialidad, la sensación que dejan es de una superioridad insultante. De pronto, aquellos a los que teníamos por grandes campeones, parecen prendas con taras, aprendices, gorditos del recreo. En el caso del ciclismo, los niños prodigio resultan más prodigiosos aún. Pocos lo han sido: Anquetil, Merckx, Hinault, Fignon... La mayor parte de las veces, el ciclismo entiende el éxito como un diploma que sólo se consigue en la madurez. De ahí la desconfianza que despiertan los jóvenes revolucionarios. Ya caerán, se dice. Y es frecuente que lo hagan.

Peter Sagan, de momento, tiene las piernas tan bien plantadas como columnas trajanas. Ayer consiguió su segunda victoria en este Tour, el primero que corre, registro estimable si pensamos que sólo se han disputado tres etapas. Si para celebrar su primer triunfo cruzó la meta con los brazos en jarra (entre águila imperial y tabernera muniquesa), ayer atravesó la pancarta braceando al estilo de los marchadores, aunque luego aclaró que no imitaba a García Bragado, sino a Forrest Gump.

Sin embargo, la verdadera novedad no son los teatrillos, otros los montan: es la ausencia de jadeos. Sagan llega como sale. No se inmuta. Ni siquiera tras la cuesta más torturadora. Y para culminar la chulería luego lo explica en italiano (fue fichado por Liquigas en 2008). Educado y extrovertido, con dos rosetones que no son de vergüenza. Sin rastro de afectación. Tan natural como sus celebraciones, de ahí que no ofendan. Olvidé apuntarlo: el bicho tiene 22 añitos.

Cruel. A la espera de saber si nos encontramos ante Jalabert o ante Merckx, el Tour nos ofrece otras certezas. La primera es la hermosura de Francia; ayer la etapa discurrió por el departamento del Paso de Calais, a 30 kilómetros de Inglaterra; viendo tanta playa kilométrica, parece lógica tanta invasión. La otra confirmación tiene que ver con la crueldad de la carrera: Rojas, un sprinter a la altura del Tour, abandonó por una caída y se perderá también los Juegos (se partió la clavícula, el Aquiles de los ciclistas). Desde aquí sólo se nos ocurren tres palabras para aliviarle la pena: Vuelta a España.

Su accidente llegó en una de tantas montoneras; el milagro es que 200 ciclistas nerviosos mantengan el equilibrio a lo largo de una carretera secundaria. Vande Velde (2:08), Daniel Martin (5:05) y Cobo (10:37) estuvieron entre los muchos damnificados. Wiggins y Menchov salvaron el tipo al verse atrapados en la última recta.

Lo de Valverde es caso aparte. Se colocó para ganar y trazó mal la última rotonda. Por allí se perdió. Su desgracia nos anima. Ya nos tocará otro día, más adelante, cuando repartan más premio.

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